En el año 2003, los profesores Frank Flynn de Columbia Business School y Cameron Anderson de NYU llevaron a cabo un experimento para medir la percepción que tanto hombres como mujeres tenían sobre el trabajo. Para ello, utilizaron un caso de Harvard sobre una emprendedora en la vida real llamada Heidi Roizen. El caso describía cómo Roizen se convirtió en una inversora de éxito gracias a «su personalidad abierta y su extensa red personal y profesional que incluía a algunos de los líderes más importantes del mundo en el sector tecnológico». Flynn y Anderson asignaron el caso de Heidi a la mitad de estudiantes y a la otra mitad le entregaron el mismo caso pero con una sola diferencia: sin decirles nada, cambiaron el nombre de «Heidi» por el de «Howard».

Los investigadores preguntaron a los estudiantes sus impresiones sobre Heidi o Howard. Los estudiantes valoraron tanto a Heidi como a Howard como «igualmente» competentes, lo que tenía sentido ya que sus logros eran completamente idénticos. Sin embargo, aunque todos respetaban a Heidi y a Howard por igual, a Howard lo describieron como un compañero de trabajo más interesante. Heidi, sin embargo, fue descrita a menudo como egoísta y «no el tipo de persona que querrías contratar o para quien querrías trabajar». Los mismos datos con una única diferencia -el género- crearon impresiones radicalmente diferentes.

Éste es uno de los estudios que la escritora y ejecutiva de Facebook Sheryl Sandberg compartía en su magnífico libro Vayamos adelante (Lean In en su versión en inglés), un manifiesto sobre el rol de la mujer en el mundo profesional, que analizaremos en detalle en un próximo post dadas las numerosas claves que comparte tanto para mujeres como especialmente para los hombres.

El experimento que menciona Sandberg confirmó la tesis de que el éxito y la simpatía guardan una correlación positiva en el caso de los hombres y negativa en el caso de las mujeres. Es decir, cuando un hombre tiene éxito, genera más simpatía tanto en hombres como en mujeres. Sin embargo, cuando una mujer tiene éxito, genera menos simpatía tanto en hombres como en mujeres. Duro de digerir pero no por ello menos cierto, como lo demuestran multitud de estudios como el anterior.

¿Cómo podemos evitar entonces juzgar a la gente en base a estereotipos? Porque, por desgracia, esto ocurre no sólo en cuestiones de género sino también de raza, nacionalidad, o edad.

Sandberg considera que «puesto que los humanos caracterizamos a los hombres y a las mujeres en oposición respecto al otro, y el logro profesional fue tradicionalmente relacionado con el hombre, la mujer se vio obligada a asumir el rol opuesto«. Por tanto, al ejecutar su trabajo de manera tan eficiente, Heidi se desvió de su comportamiento esperado («las mujeres no son ambiciosas») y generó antipatía como consecuencia de ello.

Para evitar ser rechazadas y generar antipatía, las mujeres tienden a suavizar sus objetivos y optan por minimizar sus logros, especialmente en presencia de otras personas. Como señala Sandberg, «Nos hacemos pequeñas antes de que otros lo hagan por nosotras».

 «La forma más común de renunciar al poder es pensando que no lo tenemos»

 Alice Walker

Además de minimizar sus logros, se ven también forzadas a cuestionar sus capacidades. En palabras de Ken Auletta, «para las mujeres, dudar de sí mismas se ha convertido en una forma de autodefensa».

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He aquí tres claves que Sandberg recomienda para evitarlo:

1) Una forma de romper el círculo vicioso (donde mostrar capacidad se ve como algo desagradable y mostrarse agradables es visto como falta de capacidad) es «hablar abiertamente sobre ello, animar a las mujeres a creer en ellas mismas, a pensar en grande y que aspiren a liderar». Y, más importante aún, inculcar en los hombres que son una parte fundamental de la solución y que ayuden a la mujer tanto en el trabajo como en el hogar, hasta el punto en el que no se hable más de ayuda sino de hogares corresponsables.

2) «Exagerar es a veces el mejor modo de encontrar el punto medio. Por ejemplo, si eres una persona tímida, la mejor manera de saber que has participado lo suficiente en una reunión es que salgas de ella con la sensación de que has hablado demasiado». Nadie dijo que sería fácil… 🙂

Esto se podría aplicar a la toma de riesgos: un informe interno de Hewlett Packard mostró que las mujeres sólo envían candidaturas de trabajo si piensan que cumplen el 100% de los requisitos del puesto. Sin embargo, los hombres envían sus candidaturas si consideran que cumplen el 60% de los requisitos. Para Sandberg, «las mujeres necesitan dar un giro desde el «no estoy preparada para hacerlo» al «quiero hacerlo – y lo aprenderé al hacerlo-«.

 3) «Cuando no me siento segura, una táctica que he aprendido es fingir que sí lo estoy y sorprendentemente me ayuda».

Lo que en inglés se conoce popularmente como «fake it ‘til you make it» (fíngelo hasta que lo logres de verdad) ha sido confirmado por investigaciones como la de Amy Cuddy, que dio pie a su famosa charla TED. En ella, Cuddy demostró que cuando una persona adopta una postura de poder durante sólo dos minutos (por ejemplo separando las extremidades para abarcar más espacio), aumentaban los niveles de testosterona y bajaban los niveles de cortisol (la hormona que se libera como respuesta al estrés). Como consecuencia, se sentían más poderosas y mostraban una mayor tolerancia al riesgo. Un sencillo cambio de postura provocó un cambio grande de actitud.

Sandberg comparte estas valiosas lecciones (tomar riesgos, hablar sin miedo, retarse a ellas mismas y buscar su crecimiento continuo) principalmente para que las mujeres puedan gestionar sus carreras profesionales y vidas de forma satisfactoria. Sin embargo, para conseguir este cambio de sistema tan necesario, los hombres también tenemos que trabajar en ello. Aunque esto daría para otro post, es importante remarcar la idea de dualidad. Si en esta dualidad iluminamos el Yin y oscurecemos el Yan, nunca obtendremos la intensidad de la totalidad, de manera que ni el Yin ni el Yan podrán brillar nunca en su máxima expresión.

Pedro Díaz Ridao

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