¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene la expresión “la curiosidad mató al gato”? Este refrán archipopular es en realidad una transformación del original care killed the cat” (la preocupación -o pena- mató al gato), expresión inglesa del siglo XVI que advertía de los peligros de preocuparse o apenarse en exceso, y que fue popularizada por Shakespeare en “Mucho ruido y pocas nueces”.

Efectivamente, la curiosidad no mató al gato, lo que lo mató fue la preocupación y la pena.

¿Por qué vemos entonces la curiosidad como algo negativo? Principalmente por el miedo a lo desconocido.

La curiosidad, lejos de ser peligrosa, es un instinto natural que otorga a determinadas especies una ventaja de supervivencia, permitiéndoles conocer el entorno y adaptarse a sus condiciones cambiantes. Trasladado a nuestra realidad actual, no resulta descabellado pensar por tanto que, en estos tiempos cada vez más cambiantes, los curiosos son los que mejor sobreviven. Especialmente cuando la situación se vuelve más adversa como en época de despidos, los trabajadores que muestran más curiosidad (ej: por aprender un nuevo software, por actualizar sus conocimientos, etc.) responden mejor ante los cambios y por tanto aumentan su valor en la organización.

¿Y te has preguntado alguna vez qué llevó al ser humano a la luna?, ¿o a crear el coche eléctrico? La amiga curiosidad.

Según George Loewenstein, uno de sus mayores investigadores, la curiosidad es muy simple: se produce cuando sentimos un vacío (information gap en inglés) entre lo que sabemos y lo que queremos saber. Ese hueco tiene consecuencias emocionales: se produce un “picor mental” y buscamos conocimiento para aliviar ese picor. La curiosidad actúa como un caramelo para nuestro cerebro, nos dan ganas de saber más.

Normalmente aprendemos cosas que nos aportan una recompensa (ej: cosas útiles para nuestro trabajo), pero a menudo nos vemos buscando información aparentemente no necesaria para nosotros y a veces hasta nos culpabilizamos por ello. ¿De qué sirve estudiar los planetas si eres abogado?, ¿y cuál es la recompensa de aprender a programar si trabajamos en otro sector totalmente diferente? La respuesta es sencilla: nuestra mente necesita distracción.

El curiosity gap también es la base de la estrategia de muchos anuncios web (llamados ciberanzuelos o clickbaits) que, mediante frases como “no te imaginas lo que sucedió después”, o “alucinarás con este vídeo”, nos tocan donde más duele… Estos titulares aprovechan este curiosity gap, ya que nos dan la información justa para que nos dé curiosidad, pero no la suficiente para satisfacerla sin necesidad de un siguiente paso (en este caso, hacer clic en el enlace).

Además de ayudarnos a matar el aburrimiento, la curiosidad nos proporciona otras recompensas mucho más importantes. Los psicólogos cognitivos consideran que formamos nuestra identidad en parte a través de la información que recogemos y de nuestra actitud ante algo que nos llama la curiosidad.

La curiosidad es una puerta abierta a nuestro aprendizaje, a crear nuestra propia identidad.

En sentido inverso, varios estudios muestran cómo la falta de curiosidad está más presente en personas con depresión o con Alzheimer. Como nota positiva, investigadores como Daffner afirman en sus estudios que la curiosidad es un motor que puede preservarse perfectamente pese al envejecimiento.

En el próximo post analizaremos las ventajas que nos aporta la curiosidad y cómo potenciarla.

¿De qué te sirve saber que en realidad la curiosidad no mató al gato? De mucho más de lo que parece…:)

La curiosidad es el muelle de nuestro talento: cuánto más grande sea, más alto llegaremos.

Feliz semana,

Sígueme en twitter