Piensa en la última vez que se te cayó un plato, un jarrón o un tazón de leche y se partió en mil pedazos. Seguramente recogiste los trozos del suelo y los tiraste a la basura. Esto en muchos casos sería impensable en Japón, donde existe una técnica que utilizan desde hace más de cinco siglos: el kintsugi. El término significa literalmente “reparar con oro” (viene de “kin”-dorado- y “tsugi”-reparar-) y consiste en utilizar metales preciosos como el oro líquido para unir las piezas rotas de forma que el objeto no sólo recupera su forma original sino que además, lejos de esconder las grietas, las pone en valor gracias al barniz de oro, que hace que cada pieza sea única y muestra orgullosamente su mutabilidad e imperfección. Se da el caso de que algunas piezas pueden llegar a ser incluso más preciadas que antes de romperse.

Esta poderosa metáfora sobre la importancia de la resistencia y el amor propio frente a las adversidades trata la rotura y la reparación como parte de la historia de un objeto, al igual que ocurre con nuestra historia personal. Somos producto de las decisiones que tomamos y las circunstancias también nos hacen ser quienes somos. En Japón, las cicatrices no sólo no se ocultan, sino que se muestran con orgullo y eso precisamente les hace aumentar su valor y reconocimiento.

Parafraseando a Marta Rebón, “cuando las adversidades nos superan, nos sentimos rotos. A veces, es el azar el que nos lleva al punto de ruptura; otras, somos nosotros mismos, con nuestras elevadas expectativas no cumplidas y la avidez de novedad, los que nos metemos en el hoyo”.

La tradición del kintsugi nos enseña que no hay recomposición ni resurgimiento sin paciencia. En esta técnica, el proceso de secado es un factor determinante. La resina tarda semanas, a veces meses, en endurecerse. Es lo que garantiza su cohesión y durabilidad.

Aprender a valorar lo que se rompe en nosotros nos aportará la serenidad necesaria para valorarnos como somos: rotos y nuevos, únicos, vulnerables, imperfectos, irremplazables y en permanente cambio.

Pedro Díaz Ridao

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